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No. 5 Vol. 3 | ABORDAJE DE LAS VIOLENCIAS DESDE LA PERSPECTIVA SISTÉMICA:CINCO REFLEXIONES

RESUMEN

Se presentan cinco reflexiones en torno al trabajo de las violencias desde la psicoterapia sistémica, explorando algunas claves que pretenden colaborar en la práctica clínica. ¿Cuáles son los alcances y los límites de la psicoterapia sistémica en el abordaje de las violencias? ¿Qué implica admitir que los discursos de saber-poder también se encuentran al interior de la práctica clínica? ¿Es posible que los psicoterapeutas nos convirtamos en generadores de violencias? ¿Será importante que la práctica de la psicoterapia reconozca su posicionamiento político y su responsabilidad ética? ¿Cuáles son algunas de las implicaciones de la memoria y el olvido en los procesos psicoterapéuticos en los que las violencias aparecen?

Palabras Clave: perspectiva sistémica, violencia, psicoterapia.


ABSTRACT


There are five reflections about the work of violence from systemic psychotherapy, exploring some keys that pretending to collaborate in the clinical practice. What are the extents and limits of systemic psychotherapy in the approach to violence? What does it mean to admit power discourses are also within clinical practice? Is it possible for psychotherapists to become generators of violence? Will it be important for the practice of psychotherapy to recognize its political position and ethical responsibility? Which is some kind of implications about of the memory and the forgetfulness in which the violence appear?

Key words: systemic perspective, violence, psychotherapy.

ABORDAGEM DAS VIOLÊNCIAS DA PERSPECTIVA SISTÊMICA: CINCO REFLEXÕES.

RESUMO

Cinco reflexões sobre o trabalho da violência são apresentadas a partir da psicoterapia sistêmica, explorando algumas chaves que buscam colaborar na prática clínica. Qual é o escopo e os limites da psicoterapia sistêmica no enfrentamento da violência? O que significa admitir que os discursos sobre poder do conhecimento também estão na prática clínica? É possível que os psicoterapeutas se tornem geradores de violência? É importante que a prática da psicoterapia reconheça seu posicionamento político e responsabilidade ética? Quais são algumas das implicações da memória e do esquecimento nos processos psicoterapêuticos nos quais a violência aparece?

Palavras chave: perspectiva sistêmica, violência, psicoterapia.

1. Alcances y límites de la psicoterapia sistémica.

Todos participamos en la creación del tejido social, refugio y desamparo en el que nos enredamos entre nudos, vacíos, roturas “y el relajo (y sus bocinas, pregones, orquestas, claxons, detonaciones en cadena) será la nostalgia posible, el método eficaz que le otorgue calor de hogar a la masificación de la agonía” (Monsiváis, 2011. p.134). Todos nacemos en lo social, y algunos han muerto luego de transitar largos procesos judiciales donde más del 90% tienen como desenlace la impunidad, en la que se destaca el estigma que muchas veces se les deposita a los familiares de personas desaparecidas por ser considerados peligrosos. ¿Cuáles son sus nombres? Parecen haberlos perdido, o no haberlos tenido nunca. Sin nombres ni rostros suelen ser condenados a la incertidumbre y al silencio.

Aunque las violencias se pretendan dirigir hacia un individuo en particular, sus efectos desbordan las subjetividades, llegando a lo colectivo. Es ahí donde se crean roturas en el tejido social. Como bien lo apunta Segato (2006) los cuerpos de las mujeres víctimas de feminicidio mandan mensajes en la verticalidad, representada por las receptoras directas de esta atrocidad y para sus familias, pero sobre todo en la horizontalidad representada por los hombres que suscriben el pacto de dominación.

Resulta necesario reflexionar sobre lo que implica ser psicoterapeuta en la realidad mexicana actual, en la que las narrativas de las violencias, nos atraviesan y fracturan. Basta con decir que más de la mitad de las mujeres en nuestro país, han experimentado alguna forma de violencia por su pareja; mencionar que ocupamos el primer lugar en abuso sexual infantil; recordar que la precarización de las condiciones de las personas de la tercera edad, las coloca en un sitio de vulnerabilidad; indicar que ocupamos el cuarto lugar en el índice de impunidad y resaltar que aún faltaría mencionar un largo y vergonzante etcétera. En este contexto, en nada sorprende que en los motivos de consulta, habitualmente están encarnadas las presencias de las violencias.

Al estudiar psicoterapia se nos enseñan diversas destrezas y modelos teóricos, con sus antecedentes, sustentos y técnicas, pero ¿dónde y cómo se puede aprender a lidiar con las situaciones en las que se vulnera el derecho al acceso a la justicia para las víctimas y sus familiares?, ¿quién nos prepara para manejar el eco del dolor de las mujeres que siguen las huellas de sus hijos/as desaparecidos/as?, ¿qué modelos psicoterapéuticos resuelven la revictimización que enfrentan las familias que tras la muerte de su hijo recibe el tan sonado ‘seguro andaba en malos pasos’?, ¿a dónde le recomendamos que acudan quienes presentaron denuncias por abuso sexual y fueron acosadas en el Ministerio Público?, ¿qué les decimos a quienes intentaron presentar alguna denuncia por violencia familiar y recibieron la terrible respuesta de que sin heridas importantes, queda nulificada la posibilidad de denuncia?

¿Hasta dónde los psicoterapeutas tendríamos que asumir la responsabilidad por subsanar la impunidad?, ¿seremos nosotros los que debamos dar la información de los pasos a seguir luego de que las autoridades mexicanas no dan respuestas?, ¿quién debería hablar ante el silencio de los servidores públicos?

Los que ejercen la terapia desde el enfoque sistémico - sin que sea exclusivo de esta propuesta - critican la idea de una relación mecánica entre sujeto (terapeuta) y objeto (consultante-paciente-cliente), por ser una visión que considera los problemas como intrínsecos de quienes llegan al consultorio, lo anterior con consecuencias terribles pues cosificar a los pacientes, permite que los terapeutas pasen a los consultantes de una mano a otra, manteniéndose libres de asumir responsabilidad. Dicho de otro modo, se preserva la idea de la idea de la caja negra sin dar el salto a la cibernética de segundo orden en la que se reconoce que “cualquier descripción de la observación y los modelos que la guían, es necesariamente una descripción sobre quién genera esta descripción” (Droeven y Najmanovich, 2012 cit. Villota, 2019).

Desde esta visión, las víctimas entrarían en una cadena de producción donde difícilmente quienes intervienen conocen los resultados finales de sus intervenciones.

Así pues, en aquellos motivos de consulta que tienen como base las interacciones abusivas propias de la violencia, es fundamental asumir una posición de reflexividad, es decir, apostar a una relación sujeto-sujeto, donde terapeuta y paciente co-construyan los problemas y la forma de abordarlos (Desatnik y Troya, 1998).

Este abordaje construccionista permite desbordar el concepto de responsabilidad, donde una sesión terapéutica no concluye cuando terminan los sesenta minutos de la consulta. Por ejemplo, ante las vivencias de una mujer maltratada que menciona en una conversación terapéutica que su esposo tiene acceso a un arma, nos deberíamos sentir obligados a colaborar en la creación de algún plan de seguridad y en emprender la búsqueda de alguna red institucional de apoyo, es decir a reconocer que nuestra responsabilidad empieza pero no termina en la terapia.

Son las víctimas quienes suelen asumir la responsabilidad que a las autoridades les corresponde. ‘Si nadie busca a mi hijo, no me voy a quedar sentada esperando a que los abogados me llamen’. Somos los psicoterapeutas los que solemos acompañar en la búsqueda de todas las respuestas que se niegan a nacer en este contexto tan acostumbrado a vulnerar los derechos.

No le corresponde a la psicoterapia detener las violencias ejercidas por los diversos agentes sociales convertidos en aparatos represivos; ella no se encarga de suplir responsabilidades, pero sí de contribuir desde sus alcances a seguir creyendo que la justicia aún está por llevarse a cabo, manteniéndose sensible a las voces de quienes cansados continúan gritando y que parecen sobrevivir gracias a los actos de resistencia con los que siguen pensando que es posible la transformación de las experiencias que afectan al cuerpo social que también es nuestro, que como dice Ahmed (2015) “la pérdida es, en cierto sentido, la pérdida de un ‘nosotros’, la pérdida de una comunidad basada en las conversaciones cotidianas, en el ir y venir de los cuerpos, en el tiempo y el espacio” p. 75.

Si bien lo psicoterapéutico puede comenzar al interior de los consultorios, de ninguna manera termina ahí. ¿Por qué no pensar en una psicoterapia que construya intervenciones complejas, nutriéndose de otras disciplinas? Sugerirle a alguien que denuncie, quizá tenga mejores efectos si conocemos la Ley General de Víctimas que tantos pasos llenos de rabia y de esperanza hicieron posible. ¿Por qué no reconocer que leer la Convención de los Derechos de los Niños nos permitiría señalar de manera más precisa el maltrato infantil, restituyendo a éstos como sujetos de derecho?, ¿por qué no saber que la ley que sanciona la desaparición forzada nos evita criminalizar y estigmatizar a quienes ya de por sí viven una terrible incertidumbre?, ¿cómo es que nos atrevemos a ejercer una psicoterapia, desconociendo que las 72 horas posteriores a una agresión sexual son una urgencia médica? También tendríamos que saber que los feminicidios del campo algodonero, trajeron consigo la condena a un estado cómplice con su silencio y profundizar en múltiples sucesos históricos que puedan nutrir la posibilidad de ejercer una psicoterapia que reconozca las implicaciones de los contextos.

Tal vez un acto de honestidad que reconozca los límites de la psicoterapia, pueda llegar a desafiarlos y a trascenderlos.

Coincidimos con Pakman (2011) cuando afirma que:

La acumulación de profesionales que se desvíen de sus guiones, que afirmen el sentido de lo irremplazable, tiene un efecto político que, aunque modesto en su alcance, puede contribuir, aunque no reemplazar, a las formas emancipatorias más ambiciosas de una política social cuyo porvenir tal vez no sea una ilusión. (p. 446)

2. La psicoterapia como discurso de poder

Al hacer psicoterapia en contextos relacionales caracterizados por las violencias, se vuelve necesario el constante cuestionamiento de nuestro ejercicio del poder, no sólo con respecto a quienes pueden ser identificados como generadores de violencias sino también con respecto a las propias víctimas.

Siguiendo a Foucault (1967) todo ejercicio de poder genera un saber y todo saber proviene de un poder, ambos conceptos unidos de manera inextricable en una relación dialéctica en la que se afirman mutuamente. En este sentido, es necesario el cuestionamiento de nuestro ejercicio de poder, pues implica reconocer que nuestros saberes crean discursos normativos que tienen efectos en la vida de las personas. Partiendo de esta concepción, todo paradigma desde el que se ejerce la psicoterapia, es un discurso de verdad, que podría convertirse en un acto de sujeción (Pakman, 2011).

Las víctimas de las violencias, acuden a los espacios psicoterapéuticos en busca de ayuda, pues las más de las veces han sido rebasadas en su capacidad de afrontar los efectos que éstas han dejado en sus subjetividades, siendo caracterizado su arribo al ámbito clínico por la vulnerabilidad y el riesgo (Echeburúa, 2004).

Es ahí en donde todos los que ejercemos la psicoterapia, tenemos la responsabilidad de reflexionar sobre los usos que le damos a nuestro saber-poder pues existe un potencial riesgo de reproducir las relaciones abusivas de las que las personas intentan escapar, la apuesta es desarrollar una visión de colaboración que abone en la construcción de una subjetividad con mayores espacios de libertad.

Por mucho que nos resulte inaudito, podría suceder un reemplazo: sustituir la tiranía de un sistema que violenta por la tiranía del saber-poder de una psicoterapia sin capacidad crítica. Desafortunadamente es común que los psicoterapeutas que desatienden la reflexión sobre su propia práctica, terminan avasallando en sus decisiones a los consultantes; en el afán de ayudarlos, se apropian de las experiencias de las víctimas, asumiendo que como profesionales son los que poseen las respuestas ‘correctas’.

Por lo anterior, es necesario que todos los que intervenimos ante las violencias, nos cuestionemos sobre nuestra propia práctica, pues como lo señala Martín-Baró (2006) los marcos epistemológicos desde los cuales se piensa a la salud mental, no son saberes neutros, sino que están construidos con una intencionalidad. No extraña que los sistemas de clasificación mental hayan surgido en contextos de guerra donde los procesos de selección y reclutamiento demandaban una base fáctica que diera sustento a las decisiones. Así las teorías que orientan las intervenciones terapéuticas, al tener una intencionalidad declarada o nohan de definir las relaciones, los productos y los efectos que se producen en las personas. Pensemos en el caso de una mujer que vive violencia familiar, si la teoría de cambio sobre el cual se diseña y opera su terapia, deja intacto el sistema en el cual se producen las relaciones abusivas no sólo serán intervenciones fallidas, sino también estarán validándolas y por lo tanto promoviendo su reproducción.

En este sentido escudriñar en las raíces epistemológicas y filosóficas de las cuales se alimentan nuestros saberes, permite identificar lo que pensadores como Santos (2010) ha definido ‘la colonización del pensamiento’, es decir, que el conocimiento científico construido desde la modernidad, representada por el occidente (Europa), al ser aplicado en la sociedades del Sur impide el reconocimiento de los saberes locales, así esquemas ajenos a la realidad concreta son utilizados de manera indiscriminada. Basta con decir que si bien la categoría diagnóstica del trastorno de estrés postraumático (TEPT) útil en sociedades donde se administra la guerra como es el caso de los Estados Unidos- al ser usados en contextos como el de la crisis de violencia que vive nuestro país, invisibilizan la responsabilidad de quienes han detonado y sostenido la violencia. Dicho de otra forma, cuando una mujer víctima de violencia sexual recibe una terapia para tratar el TEPT que permita reeintegrarla a la sociedad, asume que quien debe cambiar es ella, no así el sistema en el que este tipo de agresiones son permitidas.

Cuestionar nuestro saber-poder como psicoterapeutas, no es renunciar a él -cosa que aunque se quisiera, resultaría imposible-. La apuesta es llevarlo a un proceso de reflexión, donde más allá de la simple retórica, significa preguntarnos constantemente a quién ‘sirve’ nuestra participación y qué capacidad tienen las víctimas de resistirse u oponerse a ese saber-poder.

Pensamos que es necesario continuar creando espacios psicoterapéuticos que propicien la participación de todos los que en ella estamos, (incorporando incluso el silencio y la incertidumbre) para darle cabida a la aparición de diversos saberes, abandonando el refugio que nos regalan las teorías psicológicas llevadas al pie de la letra, ya que nos distancian de aquellas vidas que sin necesitar traducciones de ’expertos’, pueden hablar y entender su propio dolor.

Cuidado con la posible aparición del intransigente propósito de salvar las subjetividades de las víctimas, podríamos estar convirtiéndolas en objetos revictimizados. Un psicoterapeuta al reflexionar sobre su relación como instrumento y sujeto de poder, lleva su responsabilidad a sus últimas consecuencias (Boscolo y Bertrando, S/F).

3. ¿Quienes son los generadores de la violencia?

La complejidad no es un lío inútil. Podemos hacer más que una psicoterapia programática que omite los nombres y rostros de las personas; es decir, detenernos a reconocer(nos) y a percibir en los rostros de aquellos a quienes vemos por vez primera, esas particularidades irrepetibles; derribar los escritorios que podrían ser usados como si fuesen trincheras que prometen mantenernos en una distancia suficiente, para sentirnos a salvo de ser tocados por las historias.

No estamos en paz. ¿Cómo podríamos quedarnos en calma, pretendiendo seguir al pie de la letra las sugerencias de los manuales descarnados del contexto que habitamos (y que nos habita)? Por fortuna otros ya han comenzado el trabajo al proponer teorías, perspectivas y conceptos, que no sólo intentan explicar las violencias, sino también desafiarlas; pero aún queda mucho por escribir en cada encuentro. Ejercer una profesión en consultorios pertenecientes a ámbitos privados y públicos como si se trataran de burbujas impermeables a lo cultural e ignorantes de lo político, no es la respuesta.

Para Sicilia (en Chandelle y Remacle, 2017) este país es una fosa común sobre la que caminamos. ¿Saberlo no es suficiente para mantenernos en una postura que alejada de la ingenuidad, luche por hacerle frente a lo que espera una comunidad que está herida y que a menudo desconfía con argumentos, hasta de la manera en la que se ejerce la psicoterapia?

¿Estamos preparados para mantener los ojos abiertos ante las experiencias violentas que dan testimonio de heridas vigentes, quemaduras que aunque previas parecen continuar creciendo? Aunque quizá jamás lo estemos, resulta necesario evitar el refugio que nos regalan nuestros párpados cerrados, situación que equivaldría a escondernos bajo las sábanas convenciéndonos que estamos protegidos del monstruo que entró a la habituación. Peor aún, podríamos pensar que es imposible que el monstruo al que tanto tememos, quizá sea el mismo que se cubre bajo las sábanas. “¡Tú conoces, lector, a este monstruo delicado. -hipócrita lector -mi semejante-, mi hermano!” (Baudelaire, 1999, p. 35).

Con todo y rabia, es importante admitir que desde la psicoterapia existe la posibilidad de colaborar en el agrandamiento de la laceración, instalando nuevas heridas sobre la quemadura previa con la que suelen llegar quienes han sido víctimas de violencias. Basta con mantenernos incrédulos de los relatos, invisibilizar la responsabilidad de quienes han generado violencias (familiares, servidores públicos, vecinos, abogados, parejas, docentes, psicoterapeutas, y un largo etcétera), abordar las violencias como si no se trataran de delitos, obligar a que se ponga en palabras el sufrimiento en su completud, o jugar a ser salvadores sobreprotectores e invasivos de historias que no son nuestras. Es posible que el camino para elaborar intervenciones que promuevan cambios significativos sea el de considerar que las violencias también nos habitan, reconociendo nuestra participación incluso desde la cómplice omisión.

Hermanos, psicoterapeutas, compañeros, miremos nuestras propias huellas, cuidemos nuestros posicionamientos, no convertirnos en generadores de violencias parece obvio, pero trabajar siendo testigos desde ese lugar tan parecido a un rincón incómodo en el que somos directivos luchando por no convertirnos en coercitivos, significa siempre estar en esa cuerda floja de la que podríamos caer al pretender apresurarnos o al intentar quedarnos quietos. Recordemos que las violencias pueden aparecer también en el espacio terapéutico. No hay garantías.

En palabras de Pacheco (2010):

En la arena del mundo somos tigres y leones. / Nacemos con las garras bien afiladas. / No hay nadie que no tenga agudos colmillos, / disposición para la lucha, talento innato / para la herida, para el desprecio y la burla (p. 37).

4. Ética y política en la psicoterapia.

Esta reflexión se puede resumir en la sentencia que hace Walters y cols. (1991) quienes consideran a la terapia como un acto político que no puede estar separado de los aspectos sociales en los que psicoterapeutas y consultantes, participamos.

Pensamos lo político o más específicamente, lo micropolítico -como lo señala Pakman (2011)- no en el sentido de los procesos y los productos creados por los sistemas propios del Estado (partidos, poderes, órganos de gobierno, instituciones), sino por la posibilidad de entender los asuntos individuales como problemas que en tanto son de interés común, deben ser elaborados colectivamente y al mismo tiempo reconociendo que la terapia con sus guiones participa en delinear los problemas de la sociedad; como por ejemplo, cuando en las instancias de atención a la salud mental de los aparatos de justicia, se promueve iniciar algún proceso de duelo en las madres que desde el dolor, caminan en búsqueda de sus hijos e hijas.

Todo problema que llega a consulta, de manera implícita demanda del proceso psicoterapéutico un posicionamiento político desde el cual se delinea el fenómeno. Por ejemplo, una mujer que plantea como motivo de consulta los ‘sentimientos de culpabilidad’ que le devienen de ‘abandonar’ la crianza de sus hijos por salir a trabajar, pone como tema central aquella noción de maternidad que estigmatiza a las mujeres que salen al espacio público, evidenciando también las condiciones de desigualdad en que hombres y mujeres suelen participar en el ámbito laboral.

A riesgo de entrar al ámbito de consejería, proponemos que la psicoterapia con y para víctimas de las violencias debe construirse desde un diálogo en múltiples niveles que van desde lo político a lo individual, recordando que esta práctica clínica – siguiendo a Pakman (2011) - “en tanto micropolítica tiene la oportunidad de ser una práctica socio-cultural de crítica social...” (p. 32).

Aún sin notarlo, todos asumimos posturas políticas; pero al ser psicoterapeutas, el nivel de responsabilidad es cualitativamente diferente al de otros agentes sociales, por el hecho de ejercer un saber-poder que el sistema social nos concede como ‘expertos’ en relaciones humanas, específicamente en el campo de la salud mental.

La violencia estructural que viven las personas y donde se circunscriben sus problemas, es un escenario donde se impulsa la definición de quienes ejercemos la psicoterapia en torno a la forma en que pensamos y nos desenvolvemos. Por ejemplo, ante cada intervención terapéutica siempre quedará abierta la pregunta si ésta promueve una perspectiva de género que incluya la experiencia de hombres y mujeres en un marco de igualdad o si por el contrario reafirma los roles diferenciados sobre los que se discrimina a las mujeres. Este desafío que es lanzado a nosotros los psicoterapeutas es en esencia un desafío político (Tarragona, 1990).

Las violencias, al ser de una magnitud extraordinaria no sólo se convierten en problemas que son de interés social-colectivo, sino que muchas veces conlleva dilemas éticos. No sorprende que en ocasiones las intervenciones se generan bajo encrucijadas; basta recordar la resistencia de un psicoterapeuta a brindar tratamiento contra la depresión a la madre de un desaparecido, a sabiendas que la existencia de aquella intensa tristeza, podría tener la función de brindar la fuerza necesaria para rastrear los pasos del hijo arrebatado.

Pensar que para resolver los dilemas éticos, basta con consultar los lineamientos formales a los cuales nos solemos adherir en función de nuestra práctica profesional –como son las leyes y los códigos éticos- es pecar de ingenuidad. Para quienes trabajamos teniendo tan de cerca situaciones en las que aparecen violencias, resulta necesario contar con un conocimiento muy detallado de las normas y códigos que pretenden regular nuestra actuación, y además, saber que nos corresponde colaborar desde las situaciones concretas y singulares en las que están colocadas las víctimas, para lograr esbozar los efectos en la vida de las personas y a su vez, contribuir con conocimientos que retroalimenten los códigos formales, pues las violencias son de una complejidad tal, que los marcos para desafiarlas no podrían estar terminados.

Otro de los elementos a considerar ante de los dilemas éticos, tiene que ver con nuestros intereses, que perteneciendo al terreno de lo no dicho se filtran en las intervenciones; en lugar de pretender omitir o controlar tales subjetividades, la apuesta consiste en incorporarlas al territorio de la discusión, someterlas al cuestionamiento y luchar por abandonar las posibles agendas ocultas (Bertrando, 2011).

Como lo señala González (1989) posicionarnos éticamente es un ejercicio de libertad (aún desde sus limitados alcances), en el que quienes somos convocados, respondemos a sabiendas de la incertidumbre que implica no saber con precisión cuáles serán las consecuencias de las decisiones por las que optamos.

¿Una mujer ‘debería’ aceptar o rechazar un tratamiento?, ¿una esposa ‘tendría’ que denunciar o silenciar la violencia sexual que ha vivido en su relación conyugal?, ¿un psicoterapeuta ‘debería’ aceptar o negar el empleo de las categorías psicopatológicas en los casos de víctimas de violencia extrema, útiles para la institución pero que podrían estigmatizar y reducir a un diagnóstico que suele resultar ‘genérico’?

Todos los dilemas al final dicen algo sobre la libertad personal y colectiva, pues como lo dice Goytisolo (1979): “Tu destino está en los demás / tu futuro es tu propia vida / tu dignidad es la de todos”. (p. 10)

5. La memoria (entre el recuerdo y el olvido).

“’La memoria empieza en el terror’. El recuerdo infantil de Cortázar era banal: simplemente la angustia de un niño” (Braunstein 2012, p. 7)

La memoria es un proceso emergente propio de la evolución de la consciencia humana que se asocia con el recuerdo y el olvido, es decir, con la capacidad de organizar una determinada información para luego dotarla de sentido. Nos recuerda Bergson en Ruiz (2009, p. 194) que “arrastramos en nosotros, sin darnos cuenta, la totalidad de nuestro pasado; pero nuestra memoria no vierte en el presente más que dos o tres recuerdos que han de completar por algún lado nuestra vida actual”.

Una parte importante de los procesos psicoterapéuticos –aún aquellos que se concentran en trabajar el aquí y ahora– se proponen el dar sentido a la experiencia pasada tanto de las ideas y pensamientos como de las emociones que surgen como resultado de estar vivos. Siguiendo a Borges (1974, p. 980), es la memoria, “quimérico museo de formas inconstantes, montón de espejos rotos”, la que nos recuerda que el tiempo continúa transcurriendo. ¿Se tratará de una búsqueda por congelar lo sucedido para darle sentido a lo que está por vivirse? Aunque duela admitirlo, las violencias como experiencias extraordinarias -en la mayoría de los casos- marcan un antes y un después. Como muestra tenemos lo que una mujer decía al recordar que el día de su graduación fue el mismo en el que fue agredida sexualmente: ‘jamás volveré a ser la misma… siempre será el día más feliz y el más horrible en mi vida’.

Una parte importante de la memoria se ha de constituir -querámoslo o no- sobre la base de lo traumático. La pregunta es cómo se estructura este proceso y qué producto se obtiene, ante la violencia extrema. Las víctimas se mueven en un eje donde en un extremo se encuentra la necesidad de olvidar y por el otro está el recuerdo casi frenético de lo que ha producido un dolor. Quizá en psicoterapia hemos invisibilizado lo que Todorov (1995) señala al hablar de la morfología de la memoria, donde considera que ésta, más que un producto es un proceso dinámico, es la interacción entre el recuerdo y el olvido, así el olvido no es la oposición absoluta de la memoria, sin que es ante todo parte de ella. Por eso las víctimas que buscan olvidar la traumático, lo doloroso, lo atroz de una experiencia, justo están abonando en la construcción de su propia memoria, reservorio de donde han de extraer, quizá, las lecciones más poderosas y constitutivas de su subjetividad.

En este sentido la psicoterapia es uno de los agentes que colabora en dicho proceso. Nos explicamos con un ejemplo: una niña de cinco años acude a consulta como resultado de la revelación de un abuso sexual por parte de su abuelo, la demanda de la madre no sólo gira en torno a controlar los síntomas, sino va más allá cuando pregunta si la terapia puede hacer que su hija olvide la experiencia. ¿Qué debiera ser conservado y qué tendría que pasar al olvido, de un evento por demás dramático y doloroso como lo es el abuso? ¿Resulta adecuado promover el olvido de lo sucedido o emprender una búsqueda – casi desbordada - en el recuerdo para darle sentido a lo vivido? Algunas víctimas de violencias extremas, comentan que consideran pertinente recordar para que nunca les vuelva a pasar, pero otras creen que es necesario olvidar para poder continuar. Ambas posibilidades son legítimas, pero de ninguna manera únicas, por eso pensamos que la construcción de la memoria también implica el olvido.

En este sentido, creemos que una psicoterapia crítica puede - y debe – contribuir a que las víctimas procesen de modos singulares sus experiencias, buscando posibles actos reparadores que nutran lo que está por vivirse, conservando la esperanza de que es posible que suceda “aquello que tuvo en el pasado ‘la potencia de haber sido’” (Braunstein 2012, p. 21).

Conclusiones

Al reflexionar sobre los alcances y los límites de la psicoterapia sistémica en el abordaje de las violencias, encontramos que entre los alcances está el aprender a lidiar con las situaciones en las que se vulnera el derecho al acceso a la justicia para las víctimas y sus familiares, manejar el eco del dolor, asumir una posición de reflexividad, co-construir con los consultantes las problemáticas y la forma de abordarlos, planteamos como necesario que los y las terapeutas tengan una mirada ampliada sobre la realidad en la que intervienen, desde el conocimiento de las leyes, los protocolos, las redes de atención, y sobre todo considerando a las víctimas en sus contextos. Los límites de la psicoterapia no deberían estar circunscritos al espacio y tiempo en que funcionan los consultorios. Consideramos que los alcances tienden a subsanar la impunidad, detener las violencias ejercidas por los diversos agentes sociales convertidos en aparatos represivos y asumir responsabilidades para con los consultantes.

Al reconocer que los discursos de saber-poder, que dan sentido a la psicoterapia sistémica, contribuyen en la creación de discursos normativos los cuales tienen efectos concretos en la vida de las personas, apostamos por una descolonización del pensamiento que nos permita usar nuestras teorías de forma crítica, evitando en lo posible el riesgo de reproducir las relaciones abusivas que son características del fenómeno violento.

En este sentido pensamos que en el afán de 'prestar ayuda' los psicoterapeutas también podríamos convertirnos en generadores de violencias, colaborando en el agrandamiento de la laceración, instalando nuevas heridas sobre la quemadura previa con la que suelen llegar las víctimas. Nace esta posibilidad cuando nos mantenemos incrédulos de los relatos, al hacer invisibles las responsabilidades de quienes han generado violencias, al abordar las violencias como si no fuesen delitos, al obligar a que se ponga en palabras el sufrimiento en su completud, al jugar a ser salvadores sobreprotectores e invasivos de historias que no son nuestras o con alguna cómplice omisión.

Encontramos que todo motivo de consulta que se trabaja en terapia, nos demanda un posicionamiento político y ético, abriendo así una posibilidad de que aparezca una psicoterapia que se reconozca como uno de los espacios legítimos para la crítica social que promueva nuevas relaciones e identidades de los y las consultantes y sobre todo que contribuya en desafiar las condiciones sociales que permitieron la victimización de las personas.

Finalmente pensemos que las atrocidades que enfrentan las personas que llegan a consulta, las colocan en un callejón sin salida, que a menudo es caracterizado por el deseo casi frenético de olvidar el recuerdo que lastima, es decir, la paradoja que mientras más se quiere olvidar más se recuerda. Es aquí donde la psicoterapia crítica y reflexiva puede y debe abonar a que las personas puedan colocarse en el centro de sus relatos, siendo su propia voz la que le dé sentido a lo vivido, es decir que sea posible la generación de un proceso de construcción de memoria que les permita transitar con mayores espacios de libertad entre los recuerdos y los olvidos, pues eso es una parte fundamental para que un día puedan seguir caminando.

REFERENCIAS

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Envío a dictamen: 7 de febrero del 2020

Aceptación: 17 de abril del 2020

Autores

Miguel Ángel Morales-González

Licenciado y Maestro en Psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México, actualmente estudia el Doctorado en Psicología en la misma universidad, desarrollando el proyecto de investigación “Estrategias de afrontamiento en familiares de víctimas de desaparición forzada”. Es terapeuta familiar, especialista en trabajo con víctimas de graves violaciones de Derechos Humanos. Ha realizado trabajo terapéutico y de evaluación psicosocial con poblaciones en riesgo y comunidades que experimentan graves violaciones de derechos humanos, como tortura, trata desaparición forzada y feminicidio. Se desempeñó como psicólogo forense en la Procuraduría General de Justicia del Estado de México, y actualmente como perito independiente en el sistema de juicios orales. Ha facilitado talleres de desarrollo humano, en temas de género, violencia de género, resolución no violenta de conflictos. Cuenta con experiencia Internacional en Buenos Aires Argentina haciendo intervención comunitaria en la Asociación Civil Neike Profam- Fortalecimiento Familiar, trabajando el tema de intervención y atención al abuso sexual infantil. Ha sido conferencista en diversos congresos nacionales e internacionales tratando el tema de la violencia de género.

Correspondencia: psic_moralesg@hotmail.com

Fabiola Inés Arellano-Jiménez

Cursó sus estudios de Licenciatura en Psicología en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala (UNAM), titulándose con la tesis ‘Psicosis y arte: bordeando un yo exiliado de sí mismo". Cursó la Maestría en Psicología con Residencia en Terapia Familiar Sistémica en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala (UNAM), durante la cual desarrolló un proyecto titulado "Perspectivas en psicoterapia: caracterización de personajes". Ha sido ponente en congresos y coloquios de temas relacionados con la violencia, la pareja y la familia en instituciones educativas y contextos hospitalarios, dictaminadora en artículos de psicología y ciencia social, psicoterapeuta tanto en el ámbito público como en el privado y docente tanto presencial como en línea en el Instituto de Terapia Familiar CENCALLI de temas como violencia y terapia de pareja. Ha brindado acompañamiento terapéutico a personas con autismo y discapacidad intelectual.

Correspondencia: fabiola.iaj@gmail.com

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